La tarea consistió en presentar un ejercicio que
contradijera alguno de los planteamientos del proyecto. Decidí pedirles a los
actores que jugaran con una nueva propuesta plástica, algo abstracto que se
opusiera a lo concreto de la propuesta original. Les llevé seis piezas de
celosía de barro y les pedí que las exploraran a nivel pre-expresivo.
El resultado fue más que interesante. Los objetos
presentaron tres ventajas: uno, al ser un objeto frágil, pesado y peligroso
obliga a los actores y a los espectadores a estar muy atentos; dos, al chocar
uno con el otro producen una sonoridad muy atractiva que habrá que investigar
después; y tres, los objetos pueden transformarse en un sinfín de cosas, por
ejemplo en escalones, ventanas, ejércitos, etcétera.
Pero quizá el descubrimiento más importante es el siguiente.
Los tabiques no sólo dieron oportunidad de hacer un replanteamiento plástico,
sino de formular toda una forma de puesta en escena. A partir de ellos el
montaje está condicionado a los objetos. La conclusión de esto era obvia, pero
fue Gabriel Pascal quien la formuló con claridad: la estética de una obra de
teatro depende de las posibilidades de significación que prestan sus elementos.
Él mismo propuso, de igual modo, poner en crisis la concepción
del vestuario, pero me siento renuente a abandonar los kilts. Aun así lo cierto
es que deben salir del ámbito de lo decorativo y adquirir cualidades, digámoslo
de una vez por todas, semióticas en la misma proporción que los tabiques.
No hay comentarios:
Publicar un comentario