Si no, no sé. Hay veces que creo que podría seguir adelante, decirme a mi mismo que nadie tiene el poder para decidir si soy o no un artista. Pero, hay otras veces que pienso que me herirán de muerte, que reventaré la el lápiz que esté sosteniendo entre las manos, que buscaré un director huésped para la puesta en escena y que no volveré a pisar la ENAT.
¿Soy capaz realmente de renunciar al teatro?, ¿me importan tanto lo que opinen ellos? Por principio no, pero me siento como uno de esos africanos de los documentales que están ante una prueba iniciática. ¿Cómo voy a volver, fracasado, a mi aldea?, ¿cómo van a confiar mis actores en mi si saben que su director no rindió lo suficiente? ¿Y cómo voy yo a confiar en mi?
Me vienen una y otra vez a la mente las últimas palabras de Próspero en el epílogo de La Tempestad:
Ahora magia no me queda y sólo tengo mis fuerzas, que son pocas. Sin dominio sobre espíritus o hechizos, me vencerá el desaliento...
No es la primera vez que me lo dicen. Ignacio Escárcega en una curso anterior también me lo dijo, aunque con mucho mayor delicadeza, como es su estilo. Yo sé que escribo bien, que adapto bien. Que las letras y yo no nos llevamos mal y que, aunque a veces tenemos nuestros desacuerdos y una oración no siempre queda como me gustaría que quedara, en general escribir es algo que sé hacer. El problema es escribir en escena. ¿Me considero un director? No. Aún no, si no, ¿qué caso tendría querer estudiar? Creo que entiendo bien, creo que trazo bien. Pero dirigir, dirigir actores… En fin. Quedó bastante claro anoche que mis actores necesitan más apoyo para encontrar la verdad, el riesgo de las situaciones a las que se enfrentan. La farsa que he puesto sobre la escena aún no tiene contenidos verosímiles, profundamente emotivos.
Luego de la ronda de comentarios de los maestros me quedé a trabajar con los actores. Acción por acción intentamos llenarla de verdad, de olvidarnos del estilo de actuación y del público al que la puesta en escena estaba dirigida. ¿Funcionó? No lo sé aún. Ahora dudo constantemente de mi criterio. Ejercicios de los compañeros que me parecen afortunados, a los maestros les parecen fallidos. Los que a mi me parecen horrendos, a ellos una revelación teatral. No sé. Hoy volveré a ensayar en ese sentido. El último ensayo antes de la presentación final. Luego ya nada va a estar en mis manos.
Fe y sentido de verdad. De eso se trata el teatro, ¿no? Si alguien me preguntara qué quiero decir en la puesta en escena, yo respondería que quiero decir las ganas de matar, el deseo de destruir. ¿Pero puedo verdaderamente hacerlo a través de los actores? Estoy haciendo todo lo que puedo, por supuesto, pero ¿será suficiente?, ¿mi criterio será el justo?
Monté la escena
musical de la muerte de Duncan. La ensayé y se la mostré a mi grupo. Amén de
los detalles técnicos y de algunos ajustes necesarios a la dirección de
actores, al problema más apremiante que emanó de ese diagnóstico fue el del
tono. No voy ahora a demorarme en definir qué es el tono. Tono es uno de los
conceptos más esquivos del teatro. Se relaciona con los ambientes en los que se
desarrolla una puesta en escena, pero también con su tratamiento emocional y,
por lo tanto, eso lo vuelve una noción muy difícil de objetivar. Todos los
creadores de teatro hablamos de tono, y aunque estamos de acuerdo en más o
menos qué quiere decir, no es un concepto acabado que pueda asentarse
independientemente del tiempo, del espacio o del sujeto que se aproxima a él.
No obstante, mi
escena está fuera de tono. Resulta demasiado festiva, demasiado superficial,
demasiado ñoña. Parece que nos hemos olvidado de que MacTocToc es en realidad
Macbeth, sólo que bajo un barniz diferente. Digo parece, porque no es así.
Conceptualmente todos estamos bastante claros de lo que estamos haciendo, pero
algo aún falla al momento de materializarlo. Peirce lo podría poner en términos
triádicos muy claros. La cualidad del tono (ground)
es clara, pero su secundidad (struggle)
está mal lograda, aún se debate entre lo que no debe ser y no llega a ser lo que
debe. ¿Qué es lo lógico? Que la ley (thirdness)
no es la justa aún.
El problema no es
la canción. Stanley Kubric hacía cantar a Alex de Large la icónica Singing
in the Rain mientras violaba a la esposa del escritor y funcionaba. ¿Cuál era
la lógica? La hiper violencia en oposición a algo que no lo es en absoluto.
¿Qué es lo que hace falta entonces? Que los personajes sean terriblemente
violentos. Aún no lo logran, pero tengo una semana para llegar a ese punto. Una
opción es usar la versión musical en metal para ver si así el momento pierde candidez.
Habrá que hacer la prueba. Hela aquí:
¿Por qué decidí que una de las escenas más monstruosas de
Macbeth, la escena del asesinato de Duncan, podía ser una escena musical? A
veces me pregunto si estoy siendo tan impertinente como Fred Roldán cuando hizo
su versión musical de La Casa de Bernarda Alba. Lo peor, es que a mí me gusta
esa versión, cosa que, según la opinión de todo el mundo, me hace desconfiar de
mis gustos. Como sea él corrió un riesgo. Yo estoy corriendo otro. El problema de
ponerse en esos peligros es que hay una buena posibilidad de que uno falle.
En fin, los actores asumieron el reto con bastante
optimismo. Tampoco se trata de algo que no hayamos hecho antes. El espectáculo
anterior, Navidad Distrito Federal, era bastante musical. Aquí el problema ha
sido ajustar la música al trazo mediado por el uso de los ladrillos. Nos
demoramos media hora en articular un juego con los objetos, y cuando lo vemos
terminado, no resulta interesante. Mientras tanto, esto distrae a todo el mundo
de la melodía y la letra. Supongo que todo se consolidará con los ensayos.
Claudia Ríos nos decía cuando estábamos en primer año que
actuar es como manejar; uno tarda un tiempo en acostumbrarse a hacer todo
(pisar el embrague, meter la velocidad, graduar el acelerador, etcétera) al
mismo tiempo. El problema es que lo único que no nos sobra es tiempo. Consecuentemente
yo no dejo de tararear la canción todo el día todos los días, de imaginar cómo
debe ponerse en escena. Ésta es la letra que, por cierto, a partir de mi primer
traducción, los actores han ido proponiendo cómo ajustarla:
Se jacta Italia de sus aguas doradas,
de sus vinos, sus flores y sus cielos de sol.
Bebiendo sus hijos el amor sus hijas,
perezosos retozan en lo suave y al calor
En cambio en Escocia hay montañas sinuosas
que cuentan la grandeza de los hombres que hay allí.
El planteamiento plástico de la puesta en escena es muy
seguramente la parte más endeble del proyecto. Se trataba de un gran trasto
posiblemente desmontable, posiblemente con niveles, que ilustra el estereotipo
de un castillo; torres, almenas, puerta levadiza, o sea, tal cual lo dibujaría
un niño.
La tarea consistió en presentar un ejercicio que
contradijera alguno de los planteamientos del proyecto. Decidí pedirles a los
actores que jugaran con una nueva propuesta plástica, algo abstracto que se
opusiera a lo concreto de la propuesta original. Les llevé seis piezas de
celosía de barro y les pedí que las exploraran a nivel pre-expresivo.
El resultado fue más que interesante. Los objetos
presentaron tres ventajas: uno, al ser un objeto frágil, pesado y peligroso
obliga a los actores y a los espectadores a estar muy atentos; dos, al chocar
uno con el otro producen una sonoridad muy atractiva que habrá que investigar
después; y tres, los objetos pueden transformarse en un sinfín de cosas, por
ejemplo en escalones, ventanas, ejércitos, etcétera.
Pero quizá el descubrimiento más importante es el siguiente.
Los tabiques no sólo dieron oportunidad de hacer un replanteamiento plástico,
sino de formular toda una forma de puesta en escena. A partir de ellos el
montaje está condicionado a los objetos. La conclusión de esto era obvia, pero
fue Gabriel Pascal quien la formuló con claridad: la estética de una obra de
teatro depende de las posibilidades de significación que prestan sus elementos.
Él mismo propuso, de igual modo, poner en crisis la concepción
del vestuario, pero me siento renuente a abandonar los kilts. Aun así lo cierto
es que deben salir del ámbito de lo decorativo y adquirir cualidades, digámoslo
de una vez por todas, semióticas en la misma proporción que los tabiques.
“Estaba viendo Gladiador con mi hijo de cuatro años –decía
Olguín-. Yo no la había visto y él la quería ver porque estaba encantado con
los carros de batalla, las espadas y los caballos. De pronto una rueda con
navajas pasó muy cerca de un etíope y le rebanó las piernas. Inmediatamente me
asusté. “¡Mocharon al negro papá, mocharon al negro!”, dijo mi hijo. Su mamá corrió
a mi auxilio: “No te preocupes mijito, no le pasó nada al señor”. “¡Cómo no!,
¡mocharon al negro!”, insistió él. Los niños están familiarizados con la
violencia hoy en día.”
Yo estoy de acuerdo con mi maestro, salvo que no creo que
sea cosa de hoy en día. Creo que la fantasía moderna burguesa que las películas
de Disney han apuntalado nos ha hecho creer que la violencia no forma parte de
las pulsiones humanas, sino que la inoculan en los niños la televisión, los
videojuegos y el internet. ¡Cómo si la Edad Media, por ejemplo, no hubiera sido
violenta! Si los niños están familiarizados con la violencia es porque son
seres humanos y si Freud tenía razón, a un niño de cuatro años no le son ajenas
las ganas de matar.
-He notado –interrumpió Mauricio Jiménez, acariciando su
hermosa barba blanca y café- en más de una de las exposiciones de tus
compañeros una tendencia a limitarse por asuntos económicos…
-Este proyecto –dije, ahora interrumpiendo yo- obedece a
necesidades de producción muy bien acotadas. A lo largo de los últimos años la
experiencia nos ha demostrado que este modo de trabajo garantiza cierta
rentabilidad. La realidad de las cosas es que…
-¡Eso es justamente contra lo que quiero luchar!
-¿Contra la realidad, maestro? Bueno, el día que la derrote
espero que me invite porque seguro será un mundo muy hermoso –contesté y me
arrepentí en de haberlo hecho en cuanto las palabras salieron de mi boca, ¿por
qué el primer día de clases estaba respondiéndole así al mismísimo Mauricio
Jiménez?
-¡Pues de eso se tratan estas tres semanas! De que ustedes
se arriesguen a imaginar lo que quieran.
-Entonces, serán sin duda semanas interesantes.
Ahí acabó por el momento esa noche el asunto de cuántos
actores debe tener la puesta en escena y por qué. Más tarde esa misma noche, de
camino al metro, una compañera me dijo que estaba de acuerdo conmigo, que como
artistas independientes es nuestra responsabilidad pensar en la viabilidad
económica del producto y que no todos podemos o queremos que la Universidad o
los programas del Estado mantengan nuestra actividad teatral.
Al otro día, ya sin el maestro Jiménez presente, David
Olguín se refirió de nuevo al incidente:
-Margules enseñaba que había que pensar primero en cómo y
con qué se iba a hacer la obra. En un curso con él hizo que me olvidara de una
propuesta carísima de producción y me pidió que replanteara la propuesta para
hacerlo con unas cuantas personas invitadas como público y en el garaje de mi
casa.
Tengo ante mí la lista del reparto y lamento que todo ese
asunto haya ya perdido sentido. Efectivamente el reparto ya se multiplicó más
de lo que yo hubiera querido en principio: MacTocToc, Mauricio Arreola/ Lady
MacTocToc, Úrsula Escamilla/ Shakespeare, Miguel Ángel Hoppe/ Anne Hathaway,
Lady MacDuff y las Hermanas Funestas, Italia Aburto/ Duncan, Tehutly López/
Banquo, Alejandro Carpena/ Soldados y la familia MacDuff, Zaid Silva y Adbel
Benhumea. Un reparto de ocho personas, la pesadilla de todo productor. Supongo
que no importa si uno está a favor o en contra de ella, al final la realidad
hace lo que quiere.